lunes, 12 de octubre de 2009

Sostiene Gamoneda


Antonio Gamoneda tiene planta de abuelo erudito. Presencia vetusta, voz gastada, como de rockero sibarita, modales llanos, tiernos, cazurroasturianos... Tiene una pose tranquila y paciente, de alguien que arrastra premios y versos por doquier pero que pasa desapercibido por la calle. Es un correcaminos cultural. La semana pasada ha estado en Fráncfort inaugurando la biblioteca Cervantes. El viernes, viaje desde León en coche. Invitado por Cauce del Nalón y el club del diario La Nueva España para hablar de su último compendio de memorias, Un armario lleno de sombra.

No quiere que le ayuden a bajarse del coche porque él puede y porque "tengo que seguir haciendo estas cosas yo, sino...". En persona es más entrañable aún que por teléfono. "Tú háblame alto", me había dicho. Sentados uno junto al otro, en la cafetería de Langrehotel, no es necesario alzar el tono de la voz aunque, a veces, él inclina la cabeza y acerca el oído, como si diseccionara el aire y no quisiera perderse nada. Esta entrevista va a ser publicada en un blog, le digo. Sonríe. Incluso me deja plantear la primera pregunta. Dicen algunos que gracias a Internet se escribe más pero peor. Vuelve a sonreír. "Soy seguramente la única persona del planeta que no lee Internet". Así que puedo inventarme las respuestas, insisto. Me mira como si fuera su nieta. Después se arrima a la copa de vino y busca la compañía de la nicotina.

Gamoneda aprendió a leer con el libro de su padre, Otra más alta vida. "En 1936 había más escuelas cerradas que abiertas". Con ese libro no sólo aprendió a leer, dice, sino que "entró en mí el conocimiento de los signos de la escritura y el pensamiento poético; o como a mí me gusta llamarlo, el lenguaje interior poético". Tenía 5 años.

La palabra octogenario no rima con Gamoneda, ni con Antonio. El cigarro es una prolongación de sus dedos y de sus palabras pausadas y graves. ¿Qué lectura recomendaría usted a los jóvenes? Me mira sin cansarse y ataca un cuenco de frutos secos. Se llena el hueco de la mano y mastica como deben masticar, intuyo, todos los poetas. Sin perder la gracia, ni la conversación, ni el aura de sabiduría. "A todos los grandes poetas, en todas las lenguas, que han existido desde el siglo XV hasta ahora". Me pregunto si cuando dice grandes poetas se incluye a sí mismo pero está absorto con las avellanas y no quiero interrumpirlo. "Eso sí, hay que leerlos en la lengua del poeta no en las traducciones; nuestros jóvenes se dejan llevar por la magnetización de los grandes nombres pero leen malas traducciones". Otra calada, otro trago. También habla de realismo y matiza, "desde el siglo XV hasta aquí no existe ningún gran poeta al que se le pueda llamar realista".

A estas alturas de la conversación, ya he interrumpido dos veces al abuelo poeta debido a mi malestar de estómago; pero él no desiste en escuchar y yo desenfundo. El autor de Sublevación inmóvil, Tauromaquia y destino, Blues castellano o Arden las pérdidas, fue parte de la resistencia intelectual al franquismo. Le digo la palabra libertad y la respuesta sobre cuáles son los valores perdidos y por cuáles deberíamos luchar le sale sola, como si la tuviera preparada. "Hay que luchar por los mismos que antes; la democracia es la máscara sonriente del capitalismo, es una dictadura económica". Esta vez no hay interrupciones. "Si hay una dictadura de algo hay que pensar en que estamos en las mismas".

Gamoneda tiene que irse. Le reclaman. Se levanta sin prisa. A los dos besos del prólogo de la visita le sucede una palmadita en la espalda a modo de epílogo. "Ponte bien, niña". Se lleva sobre su chaqueta azul el peso de los años bien vividos, de los versos bien escritos. Se va y antes de salir por la puerta, mi libreta está huérfana de palabras gamonianas.

2 comentarios:

  1. No lo dudes: cuando habla de los grandes poetas que ha habido desde el siglo XV para acá está pensando básicamente en sí mismo. Tal vez "sólo" en sí mismo, je je je.
    Un abrazo:
    JLP

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  2. Qué bien, Sira. Con permiso de dos o tres, para mí, el mejor poeta en español vivo.

    Fernando del Val

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