sábado, 30 de mayo de 2009

Al final, lo que importa es lo importante

Cuando encontró la palabra toffe para definir el color de sus ojos se dio cuenta de que aquella chica le gustaba. Sin embargo, sus pupilas de caramelo le miraban de soslayo, con cierto desprecio; a veces, con indeferencia. Sólo la oía pero intuyó que aunque la escuchara no entendería nada de lo que decía. Ni siquiera cuando gritaba. Porque gritaba mucho. Al menos al principio. Después ya fue él quien gritó y ella quien le miraba resignada.
Antes del pitido final la chica lloraba y él, al verla, dejó de cantar. En el minuto noventa y tres se acercó. Ella pensó que era una broma y se puso alerta. Él le tendió la mano y cuando ella se la estrechó aprovechó para abrazarla. Don´t cry. Susurró con su inglés de instituto. Thanks. Respondió ella, abrazada a su camiseta blaugrana. Entonces a él ya no le importaron ni Roma ni el triplete. Sólo aquellos ojos y aquella chica de Manchester que no volvería a ver nunca más.

viernes, 22 de mayo de 2009

Sólo para los oídos


Erik Satie nació en Normandía en 1886 y murió en 1925. Entre sus aforismo: "Me llamo Erik Satie, como todo el mundo"; y "“cuanto más conozco a los hombres, más amo a los perros”.
Su canción Le Gymnopedies es, gimnasia para los pies y para los oídos.
Pasad un buen fin de semana.




Un hombre llora en un coche


El hombre está en sombra. Si fuera el personaje de un cuadro podría ser una silueta, pero esto es la vida real. La ventanilla del coche está bajada y él está dentro. Las manos buscan música en el volante. Golpes secos, entrecortados. Lleva barba. Muy corta, recia, desaliñada. El pelo es una maraña de color negro. Parecen las cerdas de un cepillo requeteusado. Los ojos son negros y lloran. Pero no con descaro, ni con dolor. Gotean, como un grifo mal cerrado. Su rostro no hace efecto coriolis. Las lágrimas se desplazan en vertical, hacia las comisuras de los labios, casi como en un verso. Me mira de reojo y aparta la mirada ahogada hacia otro lado. ¿Qué has hecho? Me pregunto. ¿Qué he hecho? Parece preguntarse. No tiene cara de uxoricida. Aunque, ¿cómo son las caras de los uxoricidas? Era un tipo normal. Es lo que dicen los vecinos en la tele. Vuelvo a mirarle. Él está a lo suyo. Ya no sé si llora. Mañana leeré los periódicos. No sé si es un hijo de puta o un simple desgraciado.

lunes, 18 de mayo de 2009

Sólo para los oídos



Vetusta Morla -- Sálvese quien pueda
Una perla de Vetusta Morla, como casi todas las de su disco.

Döner, döner...


La chica se acaricia el vientre ovalado. Después, se muerde una uña. Lame una falange y mira al chico. Éste recuesta su peso sobre el codo derecho y mira hacia el interior del restaurante. El pan de pita se calienta en la plancha. El camarero prepara el pollo y la salsa. Una cucharada en el líquido blanco. Otra en el rosa. Lechuga y cebolla. ¡Listo!. Ahora falta el lahmacun. La pizza turca. Envuelta en papel de plata, como un regalo para los estómagos globalizados. A penas hablan. Tienen hambre. Susurran. Se acercan sin llegar a besarse. Él no aparta la vista del döner, el rollo que calienta la carne. Cuando se levanta a por la bandeja, ella sigue sus pasos con la mirada y vuelve a acariciarse el vientre. La chaqueta del chándall ya no disimula la curva ni la evidencia.
Los iraníes comían Kebaps y Lahmacuns en la antigüedad para celebrar el Año Nuevo. Eso ellos no lo saben. Quizá no sepan ubicar Irán en un mapa. Tampoco saben que nosotros sí sabemos que tienen 19 años. El primer bocado de ella parece ir acompañado de un qué pasará con este niño. El de él más bien con un cuántos puntos le sacamos al Osasuna. Vuelven a susurrar y miran el reloj. Después los carteles del cine, a lo lejos.
Esa panza no es un exceso de comida turca. Quizá de caricias.
¿Está bueno, eh? Le dice él a ella, alzando un poco la voz. Tú si que estás bueno.

martes, 12 de mayo de 2009

Una de hormonas

Tres menos cuarto de la tarde. Interior de autobús. Es la hora punta para el tráfico de hormonas. Un chico de melena y patillas rockeras debate con una compañera de clase los últimos consejos para la PAU. Otras dos adolescentes comparten asiento. Una junto a la otra. No hablan. Escupen palabras. Tienen hambre y están hasta los güevos de las clases y de los profesores. Y todavía es martes. Una lleva unas gafas de pasta de color morado porque molan. La otra lleva un aro en la nariz porque le queda de puta madre. Una tercera, sentada en frente de ellas, comparte en voz alta sus meditaciones. Suerte que no avisan a mis padres hasta el lunes, así tengo el fin de semana tranquilo. Hay otras dos chicas detrás de ella. De pie, agarradas a la barra. Es que la han hechado una semana para casa. Le dice una a la otra al oído. La receptora del mensaje sonríe. Lleva el pelo teñido de violeta. Mi periódico está a la vista de todos. El futuro de la prensa. Eso reza el titular del reportaje que leo. Ah, por cierto, no pienso beber sidra nunca más. Dice la chica del aro en la nariz. ¿Por? Responde la que ha sido expulsada. Porque mezcla muy mal. Bebo cacharros y me pongo malísima. Asienten todos, como ante una verdad universal. Y siguen pensando en lo suyo. Y yo en lo mío. ¿El futuro de la prensa? Qué más da. Antes de filosofar respiro y cierro el periódico. Todos hemos tenido, afortunadamente, un presente de hormonas que no piensan en el futuro.

domingo, 10 de mayo de 2009

Un rato de literatura


La palabra rato evoca acepciones obscenas. La de literatura evoca tempestades, chimeneas, playas, sabotajes, traiciones, coitos, palacios, finales abiertos, carruajes, café, sábanas...Utopía. Ricardo Menéndez Salmón dice que la literatura debe ser un instrumento de la ética. También dice que la cultura quizá no nos haga más felices pero sí más libres.
Menéndez Salmón es un tipo alto, desgarbado. Se atusa las patillas cuando habla. Despacio, con una cadencia perfilada. Las gafas le sientan bien. Lo mismo que a otra gente le favorecen los tatuajes, las corbatas, el color rojo o los joderostiaputa resbalando del labio inferior.
Menéndez Salmón dice que el 11 de marzo de 2004 morimos todos. Algunos ya habíamos tenido esa percepción. La idea de que aquella fatídica mañana, aunque estuviéramos a miles de kilómetros, en una región bañada por el Cantábrico, preparando los folios para ir a tomar apuntes por la tarde a la facultad, todos nos dejamos un trocito de vida en aquellos trenes corrompidos.
Menéndez Salmón lo define como muerte democrática porque en esa ocasión no fue una muerte selectiva. El 11 de marzo, para la mayoría, las personas que murieron eran anónimas pero, sin embargo, no lo eran.
Vuelve cuando quieras, Ricardo, con tu jersey morado, tus vaqueros, tus zapatillas de deporte. No será, de nuevo, un simple rato de literatura. Será un rato de erratas corregidas.

Infinito adolescente

Aquel tipo no le gustó la primera vez que lo vio. Llevaba unas gafas ridículas. El pelo recién rasurado. Unas gotas de gomina. Mal repartidas, como un goterón de semen. Lo observó durante quince minutos. Allí no había nada mejor que hacer. Una copa. Dos copas. Tres copas. Hubiera deseado un basto. Él bailaba descordinado. No, no era eso. Se contoneaba. Hacia la derecha. Hacia la izquierda. Sudaba. Arrimaba sus labios al vaso de tubo. Cuando descubría que ella lo miraba apartaba la vista. El rostro enrojecido, ruborizado. Debía tener unos diez años más que ella. Se dejó arrastrar por la calidez de la ginebra de garrafón para abordarle. Se había confundido. Él duplicaba sus quince años. Pareces mayor. Le dijo al oído. Tú pareces un niño. Estaba segura de sí misma y de su falda de cinco centímetros. Él también estaba seguro de la seguridad de ella. La adolescente vivía con sus padres y él también pero tenía coche. Le gustaba hacer el amor con música así que él buscó entre los cedés desperdigados entre el asiento del copiloto y la guantera. Ella le ayudó. Bakalao con ka. Bacalao con ce. No pudo evitar pensar en bacalao al pil pil. Era la única variable que faltaba allí. Reggaetón. Estuvo a punto de ponerse la camiseta e irse. Lo pensó y se dio una tregua. Recordó alguna canción de los Rolling Stones, de Patti Smith, de Ben Harper, de Lionel Neykov, de Jorge Drexler. Y entonces empezó a sonar Infinity. ¿Vale ésta? Ella le quitó las gafas, la camiseta y el pantalón. Después, mientras aquel tipo se agarraba a su alma se quitó el sambenito de intelectual, lo posó en la alfombrilla del coche y olvidó la zozobra de la normalidad. Dejó que sus quince años se fundieran con la noche.

sábado, 9 de mayo de 2009

Sólo para los oídos




Antony and The Johnsons -- Hope there´s someone.
Apaguen las luces, enciendan unas velas y escuchen.

viernes, 8 de mayo de 2009

Si no lo veo no lo creo...

Una taberna irlandesa en un pueblo entreguín. Dos asturianos. Un pakistaní. Ecos castellanos. Ecos en urdú. Dos copas con rebujito. La feria de Abril en la memoria. ¡Viva la globalización!

Inconformista

No me conformo con llevar un anillo con tu nombre. No me conformo con dormir a tu lado, con despertarme con tus bostezos y tu aliento pegado en la nuca. Un efluvio cálido y sexual. No me conformo con hacer la cena y que tú limpies la encimera. Tampoco con resumirte los titulares del día. No me conformo con que me cantes al oído todo lo que quieres cantar en público. No me conformo con que cierres la puerta, al despertar, para que yo siga soñando con nosotros. No me conformo con que tiendas y destiendas. No me conformo con que me mires como si yo hubiera hecho de ti mejor persona. No me conformo con que tú hayas hecho de mí una persona mejor. No me conformo con que me hagas el amor cuando más lo necesito o cuando más lo deseo. Ni que me beses como si bebieras un trago dulce. Quiero que pongas el casco de la bici para poder seguir siendo una incorformista.

Un buen motivo


Una hora y noventa minutos. Eso es lo que he tardado en llorar. Ése es el motivo de arrancar con este blog. Hace tiempo que buscaba una razón. Aquí la tengo. Lo que no sabía es que iba a doler. A quemar. Tumor cerebral. Escabroso binomio. Palabras malditas. Ahora dicen que no es eso pero tampoco dicen qué es. Aguanta. Todo saldrá bien. Ayer pedaleé con fuerza. Los pies rígidos y las manos en el aire, ignorando el manillar. Rompiendo el equilibrio, como hace la vida --la puta y dulce vida-- sin avisar. Quería sentir la velocidad y el aire estrellándose contra mi cara. Deseaba caerme y hacerme daño. Padecer un dolor físico. El psíquico me estaba matando. Rodé por delante del polígono y no vi coches. Delante del río y no vi agua, ni regodones, ni árboles, ni ribera. No vi nada. Sí olí el pescado. Pescado muerto. Muerto. Cuánto daño puede hacer una palabra que viaja en solitario. Aquel hedor duró unos segundos. Lo mismo que mis lágrimas. Lloré por ti. Lloré por la fragilidad corrompida.