
Antes del pitido final la chica lloraba y él, al verla, dejó de cantar. En el minuto noventa y tres se acercó. Ella pensó que era una broma y se puso alerta. Él le tendió la mano y cuando ella se la estrechó aprovechó para abrazarla. Don´t cry. Susurró con su inglés de instituto. Thanks. Respondió ella, abrazada a su camiseta blaugrana. Entonces a él ya no le importaron ni Roma ni el triplete. Sólo aquellos ojos y aquella chica de Manchester que no volvería a ver nunca más.
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