Cuando encontró la palabra toffe para definir el color de sus ojos se dio cuenta de que aquella chica le gustaba. Sin embargo, sus pupilas de caramelo le miraban de soslayo, con cierto desprecio; a veces, con indeferencia. Sólo la oía pero intuyó que aunque la escuchara no entendería nada de lo que decía. Ni siquiera cuando gritaba. Porque gritaba mucho. Al menos al principio. Después ya fue él quien gritó y ella quien le miraba resignada.
Antes del pitido final la chica lloraba y él, al verla, dejó de cantar. En el minuto noventa y tres se acercó. Ella pensó que era una broma y se puso alerta. Él le tendió la mano y cuando ella se la estrechó aprovechó para abrazarla. Don´t cry. Susurró con su inglés de instituto. Thanks. Respondió ella, abrazada a su camiseta blaugrana. Entonces a él ya no le importaron ni Roma ni el triplete. Sólo aquellos ojos y aquella chica de Manchester que no volvería a ver nunca más.
sábado, 30 de mayo de 2009
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