martes, 30 de junio de 2009
Quizá algún día...
La taza estaba medio llena. Al menos, así era como la veía. El café dormía frío sobre aquella loza moderna, inmune a las embestidas del lavavajillas. Dio un trago y la dejó, esta vez, casi vacía. Encendió un cigarro. El tercero de la tarde. La bocanada de humo aportó una pincelada londinense a aquel local que, sin embargo, le recordaba a Edimburgo y que, por paradojas estilísticas estaba hecho con inspiración irlandesa.
Entonces entró ella.
Llevaba un chubasquero verde. El verano estaba rezagado y en esa zona del norte el sol no entendía el significado climatológico que en otras partes tenía la palabra agosto. Debajo del brazo derecho, una carpeta forrada con postales que parecían de viaje --recibidas o por enviar, eso no lo sabía-- y en la cara los mismos ojos negros de siempre.
La observó mientras hacía de una de las mesas su hogar efímero. Debajo del chubasquero una camiseta de tirantes. Los hombros de color avergonzado, propios de un día de suerte y luz. Zapatillas de bota gastadas y un paraguas incómodo poblado de gotitas más incómodas aún. El pelo, atado, refugiaba a medias la nota artística de su piel. Un dibujo grabado que acababa en su cuello.
Sacó de la carpeta un manojo de hojas en blanco y un bolígrafo. El camarero le llevó un vaso lleno de algo que olía bien y dulce. Pagó y empezó a escribir.
Desvió la mirada hacia su mesa para evitar molestarla. Aquel poema de Sohrab Sepehrí era tan extenso como brillante. La vida es un espejo elevado al cubo. Releyó y releyó hasta que volvió a encontrarse con aquel cuello y aquel dibujo.
Suspiró. Guardó el libro y la cajetilla de tabaco en el bolso. Se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja y pisó firme. Aún no controlaba aquellos tacones nuevos. Pasó delante de ella buscando sus ojos y los encontró.
Me llamo Laura y estoy deseando saber dónde empieza tu tatuaje. Sabía la frase de memoria pero ese día tampoco se atrevió a pronunciarla.
Quizá otro día.
Quizá en otra vida.
(A tod@s a los que podría ir dedicado este texto, para que vuestro día no sea un día sino todo un año).
Sólo para los oídos
http://www.youtube.com/watch?v=Ajy0w1XPJk8
Snow Patrol -- Chasing Cars
(No hay enlace directo, lo siento. Pinchad y disfrutad)
Si tenéis a alguien al lado, abrazádle.
Teloneros de U2.
domingo, 28 de junio de 2009
Gotitas
Empezaron siendo sólo quince. Ahora, son varias. No suficientes para formar una tormenta. Sí un ligero orbayo tormentoso, de esos veraniegos, como el que nos cayó hoy en pleno 28 de junio. Aquí os lanzo cinco. Espero que mojen -poéticamente- lo suficiente como para que repitáis baño otro día.
I
No necesito verte
para vivir. Tan sólo
necesito verte
para pensar.
para vivir. Tan sólo
necesito verte
para pensar.
II
La suma es un intento
inconsciente
de las matemáticas
por alcanzar el romanticismo.
inconsciente
de las matemáticas
por alcanzar el romanticismo.
III
Vendo relojes para comprar tiempo.
IV
El café
en el Retiro
sabe a ciprés
- a caramelo y chocolate
y además,
es tan largo como la palabra humanidad.
en el Retiro
sabe a ciprés
- a caramelo y chocolate
y además,
es tan largo como la palabra humanidad.
V
Cuando la luna se pone,
¿quién la excita?
¿quién la excita?
martes, 23 de junio de 2009
Tócame otra vez
Entraba el aire por la ventana abierta cuando él me cogió en sus brazos. Me acarició con sigilo. Con respeto, como pidiéndome permiso. Repitió la caricia, de nuevo con timidez. Y le dejé hacer.
Sus manos no eran muy grandes y me conocían. Dedos largos y suaves.
Yo estaba vacía. Horror vacui. Tócame, pensé. Sólo sus yemas llenan mis recovecos.
No necesitaba quitarse la ropa, ni las gafas, para excitarme.
Hizo falta poco tiempo para que me sacara música. Y así, entregado, con dulzura y sin prisa, fue cómplice de mi orgasmo acústico. Otra vez lo había conseguido.
lunes, 22 de junio de 2009
Día europeo de la música
¿Cómo va a celebrarse un día de la música sin Jorge Drexler?
Aquí queda Mi guitarra y vos. Disfrútenla.
lunes, 15 de junio de 2009
Días grises
Cerró la puerta del portal y abrió el paraguas. Se cobijó debajo de la tela impermeable y maldijo, por quinta vez, aquel día tan gris. Arrimó el bolso hacia el costado y caminó despacio, mirando hacia el suelo. No llevaba el calzado adecuado. Lo sabían ella y sus calcetines empapados. La calle tenía cara de aburrimiento. ¿Qué mierda de día, eh? Pero la calle, como una calle normal, no le respondió.
Cruzó el puente y detuvo la mirada en el río. Prefería el agua salada. Lo siento. Pero el río, como buen río, tampoco le contestó. Llegó a la cafetería con la chaqueta rociada de apatía. Un hombre, sentado a la barra, se dio cuenta y giró la cabeza. Él mismo salivaba nostalgia, así que buscó una mesa lo más alejada de él.
Un café con leche, por favor. La camarera obedeció la orden y posó la taza mansuñada encima de la mesa. Pensó en una mononucleosis galopante y después se lanzó de cabeza al libro. Sin coger carrerilla. Un salto seco. Retiró el marcapáginas, pasó la hoja y se zambulló. Durante una hora dejó de llover.
Cuando cerró el libro volvió el gris. Sacó una moneda gris y se la dio a la camarera gris. Recuperó el paraguas gris y abrió la puerta gris. Hasta luego, dijo con un tono gris. Y la gente, como es normal, no respondió ni en gris, ni en color. Puta lluvia.
miércoles, 10 de junio de 2009
Sólo para los oídos
Thinking about you -- Radiohead
Para todos los que piensan.
Para todos los que piensan en alguien.
Para ti...porque eres en quien pienso.
lunes, 8 de junio de 2009
Peligro inventado
Se tapó con la sábana y giró, de costado, hacia la izquierda. Primero oyó el ruido. Después lo vistió de realidad. Era una alarma. De coche. Chirriante. Autómata. Molesta.
¿Qué era aquello? Sus tímpanos gritaban clemencia. Ella estaba asustada. Agachada. Parecía pedir protección. Como un niño que se aferra a la mano de su padre porque no entiende todavía qué significa la palabra pirotecnia.
Se levantó. Palpó la pared en la oscuridad. No quería encender la luz. Se guió por el instinto para enfundar sus pies en las zapatillas. Fue a la cocina. Una persiana mal cerrada a posta le permitió ver la botella de agua, junto al microondas. Bebió un trago largo hasta que se quedó sin respiración. Después fue al baño. El orín rebotando no podía con el ruido de la alarma. Malditos métodos de seguridad, pensó.
Se agachó también. Ella estaba más tranquila pero seguía alerta. Distante. Tensa. Asomó la cabeza y se pegó de frente con la oscuridad. Sólo las farolas corrompían el negro. Le encantaba el sonido de la madrugada. Esa sucesión de ecos inocuos y misteriosos. Se acercó a ella hasta que sintió, de nuevo, su piel. Pero apreció la reticencia y esperó.
Tiró de la cisterna. La alarma estaba inmersa en su cabeza. ¿Eferalgan? ¿Neubrofen? Espió por el resquicio de la persiana como una voyeur nocturna. ¿Nadie va a apagar ese puto ruido? Habían pasado seis minutos.
¿Cuánto tiempo llevaba pitando aquello? Se sintió inmunizado. Aquel lamento ya sólo le produjo incordio. Ella lo miró y se lo dijo todo en silencio. Tampoco estaba asustada. No pudo seguir pensando porque le lamió la cara y entonces, se olvidó del ruido. Ella se levantó y él se fue tras ella.
Siguió espiando. Insomne. Buscó un culpable pero sólo vio dos gatos maullándole a la noche.
Hielo regalado
martes, 2 de junio de 2009
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